Los cumpleaños nos recuerdan que no somos ajenos al paso del tiempo. Estoy sentado frente a la pantalla del ordenador. La imagen oscura del fondo del escritorio tropieza en los cristales de mis gafas, frente a mi retina. Su semblante me resulta familiar aunque no consigo distinguirlo con claridad. Sus cejas pobladas y densas, con esos tres o cuatro pelos rebeldes al llegar al quiebro de la nariz me recuerdan a las suyas, esas entradas, ese gesto...
Ah, sí; ese gesto…
Hoy voy a escribir aquí sobre el mejor regalo que jamás he recibido; el regalo que me hizo mi abuelo maxi; un elogio a la lucha por el día a día.
...
Mirando la fotografía de arriba, deteniendo la vista en el detalle de su pecho, si digo que el maxi llevaba siempre el monte cerquita del corazón, seguramente, podréis entender mejor de lo que hablo. Quiero dejar constancia en este no-lugar, en esta atopia del blog, del amor y del respeto de un hombre por la naturaleza, por la vida, por ese pinar que un día fue el principal sostén de su familia; ya que durante buena parte de su vida se dedicó, como muchos de sus vecinos, al oficio de la resina.
Su piel era albar y su pelo negral, como la de los pinos entre los que acostumbraba a pasear. Sus párpados de musgo, sus pestañas tímidas, sus ojos castaños, vidriosos, casi resinosos. Sus dientes de porcelana, su camisa siempre bien planchada – por mi abuela- . De buena planta, generoso porte y buena sombra, como los árboles del lugar. Ecuánime en sus palabras, contenido en sus gestos, de carácter introvertido; noble, afable y recto como los troncos de aquellos pinos que acariciaba con la mirada.
De mi abuelo me queda el calor de su abrazo infinito, el eco de su voz rota; el recuerdo de su palabra; el frescor de la sombra de las escaleras de la puerta del antonino, la vista del río Ucero desde la Galiana, el color del mercado de San Leonardo, el respeto hacia los mayores, los paseos hasta la dehesa y algunas buenas lecciones; como el modo en que él y mi abuela se las apañaban para llegar a fin de mes con la pensión...
Qué cosas. Mañana cumplo 28 (piñones) Cierro estas notas con la voz de Miguel de Unamuno; en Paisajes del Alma (1932, Madrid):
No nos quede lo que pasó, lo que sucedió, sino lo que los hombres, por haberlo vivido, soñaban que pasaba, que sucedía y transmitieron, con sus sueños creadores a sus sucesores.
a maxi
gracias por el regalo
con cariño
hoy suena en mi habitación: what´s up / 4 non blondes
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