(...) Desembarqué en la ciudad de l@s gat@s; a orillas del Manzanares, el río que baña el asfalto de sus calles, al abrigo del sol de la tarde, una clarita y un roquedal de bravas, recién llegado, como estaba, de algún lugar a medio camino entre la tierra y el cielo o entre el cielo y la tierra- según se mire...-.
...
(...) Nos despedimos con un abrazo; como dos viej@s amig@s, a pesar de habernos des_conocido aquella misma noche.
No sabría decir cuánto tiempo estuvimos así; abraza_2; con la respiración y el pensamiento enreda_2 entre nuestros propios lati_2; los de ella y los míos, - los nuestros... - El tiempo; aquel tiempo, quedó aparcado en el rellano de la escalera, justo frente a la puerta de su dormitorio; silente, impaciente, celoso de mí, de mi dicha, de mi fortuna; porque así me sentía, así me sabía, afortunado de poder contar con amig@s como ella; aquella sevillana de roma tan romana, tan flamenca, que por algún motivo que todavía desconozco, quiso compartir conmigo los destellos de aquella vieja luna de septiembre, un paseo infinito bajo la luz de las farolas de la capital.
(...) Uno a uno fui bajando los peldaños de aquella escalera que parecía no tener fin; nada que ver con la escalera que tan ligero había subido aquella misma tarde...
El golpe quedo de la puerta metálica del hostal al salir me hizo caer en la cuenta de que eran eso de las 5 de mañana en la ciudad de los gatos; todavía a tiempo de cerrar algún bar...
Me vi caminando por la ciudad, sin saber a dónde... Hacía frío, pero todavía guardaba en el bolsillo abotonado de la camisa algo del calor de aquel último abrazo...
De vuelta sobre mis propios pasos, de vuelta a aquel KM O; el recuerdo de las uñas de sus pies pintadas de tiza; traviesas, ronroneando sobre las baldosas de la Plaza Mayor, jugando a la rayuela al compás de una mexicana entre una multitud ajena a nuestro pasar, se quedó varado en la retina de mi pensamiento, como una de esas legañas perezosas con las que uno termina por compartir almohada y buena parte del desayuno...
Por suerte, sucede en la vida que; a veces, uno encuentra unos
ojos; otros ojos, una mirada, un espejo en el que verse reflejado aunque sea tan
sólo por un instante; el tiempo que dura un brindis, copa en mano, a la
orillita de la barra de un mar de jamón acantilado de queso y aceitunas.
Recuerdo aquel sabor, el sabor de los
ojos de aquella gata era menta-limón, no tanto por su color, -
que también -, sino por la frescura de su cristal y el arañazo de su parpadeo
Me detuve un instante para echar la vista atrás... Un último brindis con el neón del Tío Pepe a modo de despedida...
Después; vuelta a casa, pero a otra casa y otra vuelta.
Ya se sabe, el mundo es redondo y rueda...
...
Hoy suena en mi habitación: emborracharme / lory meyers / a sara, por hacer posible un día como el de ayer; gracias / con cariño / rbn
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